Twitter icon
Facebook icon

El poder curativo de las plantas

La salud es un asunto serio, tan serio como para ir en búsqueda de los que saben. Y si de sanar males se trata, por qué no hurgar más allá de los tratados científicos y escuchar también a quienes se criaron en relación íntima con el entorno natural, lejos de las farmacias y los laboratorios.

Sara Itkin es médica generalista y dedicó buena parte de su vida profesional a revalorizar “los saberes naturales y ancestrales” sobre las plantas y sus propiedades terapéuticas.

Hoy vive en Villa Los Coihues y atiende su consultorio en la esquina de Beschtedt y Albarracín. Además dicta capacitaciones a equipos de salud de los hospitales, trabaja mucho con las escuelas, ofrece cursos abiertos (el lunes estuvo en la biblioteca Aimé Painé, de Virgen Misionera) y no para de investigar sobre el uso de las plantas.

Ya en su primer año de residencia médica, en Rosario, le tocó trabajar en una villa, donde había un centro de salud “con jardín de aromáticas y medicinales”. Allí empezó a escuchar sobre “las plantas que curaban”. En ese caso se trataba de tradiciones que viajaban desde el litoral, de Chaco y Corrientes, “casi siempre a través de las mujeres”.

Luego trabajó un tiempo en Neuquén, en Las Coloradas. “Allí me fasciné con todo lo que se puede aprender de los campesinos y de la gente que sabe de plantas”, confiesa Sara. También se desempeñó en Las Lajas, en Villa Traful, hasta que en 2001 se radicó en Bariloche.

Desde entonces se sumergió por completo en el mundo de los preparados herbarios y a colectar información sobre “la gente que sana de otra forma, que cura el mal de ojo o el empacho”.

Le gusta definirse como “médica naturista” –aunque la especialidad no existe como tal– y desde lo académico su paso inicial lo dio con un posgrado en fitoterapia. De todos modos, asegura que en materia de plantas curativas su formación es “autodidacta” y cuando se la consulta por algún referente no nombra a ningún profesor de la facultad. “Podría decirte que Griselda Calfueque, de Traful, es una de mis grandes maestras”, dice Sara.

“Siempre en todas las culturas hubo plantas que se usaron para curar, son saberes transmitidos desde hace miles de años –explica–. El llantén, por ejemplo tiene propiedades antibióticas y los pueblos originarios lo dedujeron al ver las aves rapaces que se frotaban las patas entre sus hojas cuando tenían mordeduras de víboras o cualquier otra herida”.

Señala a favor de los antibióticos naturales que “no generan resistencia” y asegura que sus hijos “nunca tomaron un medicamento de laboratorio”.

Selectivas

Según Itkin, “la mayoría de las plantas están hiperestudiadas, pero siempre a partir del saber empírico de la gente. Muchas fueron patentadas y ni lo sabemos. Eso es grave”.

Aclara de todos modos que “ningún medicamento hecho por el hombre tiene las virtudes de la planta, que actúa por sumatoria de virtudes y en forma selectiva. Es decir que si una planta se emplea para controlar la presión alta, alguien que no es hipertenso la puede ingerir igual y no le va a producir ningún daño. No pasa eso con un medicamento”.

Como caso ilustrativo menciona la ortiga, “que regula el azúcar y estimula la producción de leche en las madres lactantes, y eso no lo pudo reproducir ningún laboratorio”. Agrega que “la aspirina es una copia sintética de un componente que tiene el sauce. Todos toman aspirinas, pero muchos tienen temor de tomar sauce”.

Búsqueda que no se detiene

Los talleres de Sara difunden el conocimiento básico y promueven que la gente comience a sembrar y cuidar las plantas que necesita. “Las que son exóticas e invasivas se pueden recolectar en los baldíos o en cualquier lado, pero en general no es recomendable, porque el impacto sería muy grande –señala la especialista–. Es lo que pasó con la paramela, un arbusto nativo que crece en una franja muy angosta de la Patagonia y que prácticamente se extinguió. La buscan por el aceite esencial, que se usa para perfumes”.

Sara dice que su avidez por saber cada vez un poco más nunca se detiene. “Cuando llega a mis manos una planta nueva lo primero que hago es ir a ver a las abuelas, después busco bibliografía. Pero los estudios en muchos casos son sobre los principios activos, no sobre la planta entera, que es como la usa la gente”, refiere. A su juicio, para comprender los usos posibles de las distintas especies vegetales “es muy importante el hábito de parar, detenerse y observar”.

Insiste en que “todas las plantas que se usan para la salud se pueden cultivar en las casas”, y por eso una de las propuestas de sus talleres es “cultivá tu propio botiquín”.

Asegura que “es necesario empezar a abrir un sistema que está cerrado” y dice que uno de sus sueños es que “los hospitales vuelvan a tener jardines botánicos, como era en la antigüedad. Que los pacientes puedan recorrerlos, que huelan a lavanda, que disfruten de los colores de las flores. Eso también sana”.
Un listado básico
Consultada sobre algunas de las plantas de uso medicinal más representativas de la zona, Sara Itkin mencionó las siguientes:
Llantén (o siete venas): antibiótico y cicatrizante “interno y externo”.
Ortiga: reconstituyente de tejidos, antianémica, antiartrósica.
Diente de león: gran depurador. Regula la presión arterial y el azúcar en sangre. Limpia el hígado. Ayuda a controlar el colesterol y el ácido úrico. Su raíz tiene propiedades “prebióticas” y mejora el funcionamiento de la flora intestinal.
Hipericum: antiviral. Útil en el tratamiento de las enfermedades respiratorias. Levanta las defensas y es antidepresivo.
Radal: muy efectivo contra el asma y catarros obstructivos.
“En los barrios y en el campos a la gente por lo general le cuesta hablar. Allí empecé a observar que aparecía una mayor dignidad y fortaleza cuando hablaban de las plantas”.
“Cuando llega a mis manos una planta nueva lo primero que hago es ir a ver a las abuelas, después busco bibliografía”.

Términos y condiciones de uso (Abre en ventana nueva)